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Un sol en Barcelona

Un sol en Barcelona

Éramos muy chicos; al menos lo suficiente para no pensar en que seríamos grandes. Y ya en momentos de explosiones hormonales, ella y yo éramos los únicos que podíamos casi romper las vergüenzas entre géneros y ser amigos, bien. Con bien quiero decir sin caer en la superación patética de Santiago, o en la aparente frigidez de Fernanda.

Lo que lamento es no haber sabido respetar, en la maraña vertiginosa de la escuela nueva, las novedosas relaciones y las proliferantes tetas, ese, mi pequeño mas auténtico patrimonio de amistad, del que ella no se si era más auténtica o más pequeña. Pronto casi me olvidé de Anabella. La extrañé en algunas oportunidades, pero la encontraba parte de un pasado pisado.

Ahora no quiero tenerla lejos. Se fue a golondrinear por donde el oro abunda, pero volverá y será millones. Ya la extraño.